Ignacio Ipiña. Las huellas de Unamuno
29 de Septiembre del 2011 - 30 de Diciembre del 2011
Ignacio Ipiña (1932-2010) nace en Bilbao, en la calle García Rivero. Su familia se traslada luego a la calle Pelota, esquina a la Ribera. Desde entonces la ría entró en su vida, se dejó inundar por sus mareas, la recorrió y vivió la lucha de sus grúas por sobrevivir, siempre activas, porque todos sabemos que una grúa ni muerta se está quieta. Bilbao. Su ría y el Casco Viejo, con sus calles entrañables y reumáticas, protegida al socaire del Pagasarri y Artxanda.
Ignacio Ipiña, al margen de su vida profesional, empezó su andadura artística a los dieciséis años de la mano de Bay-Sala y por las campas de Orduña. El pincel era su pluma. Entró en el mundo de la palabra por medio de sus lienzos para contar en directo lo que veía, transformando el paisaje desde su punto de vista personal y único. Porque no se conformaba con la máquina de fotos. Tenía que estar allí, contra el calor o el frío, parando al viento, oficiando de arbotante para su caballete que temblaba con el bramido de la naturaleza. Su simbiosis con el paisaje era total: hablaba su lenguaje y trababa amistad con él para que le confiara todos sus recovecos y la alegría de su aire suelto.
Ignacio Ipiña expuso en Bilbao, Sestao, Huesca, Perpignan, París, para volver luego de nuevo a Bilbao por medio de la sala Caledonia en varias ocasiones, con sus títulos: “Testigos de un paisaje industrial”, “Oma, silencio verde” y “Urdaibai, voces sobre el agua”. Su muestra: “Bilbao, testimonio de fin de siglo” se presentó en la Sociedad Bilbaína, y la de “Testimonio de dos rías”, es decir, la industrial de Bilbao y la ecológica de Urdaibai como contraste entre dos realidades, fue una exposición itinerante por Baracaldo, Portugalete y Gernika.
Pero vayamos a lo más importante. Releyendo a Unamuno, se puso de acuerdo con él para plasmar sus ideas en el lienzo por medio del óleo de sus palabras. Bilbao y Unamuno. Ignacio Ipiña supo captar esas huellas unamunianas dejando una brisa de libertad circulando por sus calles estrechas. Esa perfecta simbiosis que no ha podido cribar el cedazo del tiempo. Aquí quedó su pensamiento, Ignacio lo recogió en su obra y nos lo ha proyectado. Porque las huellas de las ideas no pueden morir.
Blanca Sarasua